La pareja: bienestar, amor y evolución compartida
Este tema se sale un poco del contenido que suelo tratar, pero me apetecía escribir sobre él. Al final, cuando compartimos la vida con alguien, lo hacemos buscando bienestar, y esa relación debería ser precisamente eso: un espacio en el que sentirse bien, en el que poder decir “estoy bien conmigo, pero estoy mejor contigo”.
Antiguamente, la pareja era concebida como una estructura para formar una familia o garantizar cierta estabilidad económica. Se buscaba seguridad, no necesariamente conexión. A la mujer se le instalaban ideas como “tienes que ser una buena madre”, “una buena esposa”, “tienes que aguantar a tu marido”. Mensajes que calaban hondo y condicionaban su libertad y su identidad.
Hoy, todo eso está cambiando. Exigimos una balanza emocional más justa, más equilibrada. Fomentamos la autonomía, pero a veces tanto que rozamos el individualismo. Apostamos por proyectos personales, pero olvidamos que también es necesario construir proyectos comunes. No se trata de fundirse con el otro ni de perderse en uno mismo, sino de saber convivir desde la elección consciente, respetando espacios, sin dejar de compartir.
El amor de verdad no se basa en la necesidad, sino en la libertad de decir: “te amo, quiero lo mejor para ti, no quiero cambiarte, te acepto como eres y deseo crecer a tu lado. Que nos desarrollemos juntos”.
Hay cuatro pilares que sostienen una relación sana: comunicación, afectividad, compromiso y pasión.
Sentir que te importo. Que me apoyas. Que me quieres. Que tienes gestos conmigo. Que me admiras, que me deseas. Que puedo expresarme sin miedo, sin filtros. Que hay confianza, respeto y cuidado mutuo. Que ambos estamos presentes, con intención, con ganas. Que los dos luchamos por lo mismo porque sentimos que lo merece. Eso, para mí, es lo verdaderamente importante y bonito de una relación.
Y como todo en la vida, las relaciones también atraviesan fases, altibajos, crisis. No son el fin del camino, sino parte del proceso. Nos invitan a mirarnos, a revisar, a evolucionar. A veces cambiamos nosotros, otras veces cambia la otra persona, y es fácil confundir las causas. Pero si hemos elegido a alguien, merece la pena intentar comprender, comunicarse, reconstruir.
No podemos vivir esperando que el otro nos adivine. No somos lectores de mentes. Si quiero saber algo, lo pregunto. Si algo me duele, lo hablo. Y si elegí a alguien, no es para cambiarlo, sino para caminar juntos, aceptando su mochila, igual que espero que acepte la mía. Hablamos. Escuchamos. Nos miramos. Porque la falta de comunicación es, sin duda, una de las principales causas de desgaste en las relaciones.
La pareja debe sumar, aportar. Las relaciones que nos suman nos dan equilibrio, paz y presencia. Sin embargo, muchas veces dejamos que los miedos del pasado contaminen el presente. Nuestras creencias, nuestras heridas, nos llevan a anticipar el dolor, a ponernos a la defensiva, a protegernos incluso cuando no hay amenaza. La mente recupera historias antiguas para emitir juicios sobre lo nuevo: “esto no va a funcionar”, “me va a pasar lo mismo”, “me voy a estrellar otra vez”.
Para. Esa cinta está caducada. Hay que saber cuándo ponerle pausa a ese ruido interno.
Quiérete tú y te querrán mejor. No puedo esperar que alguien me ame si yo misma no me reconozco. Todo empieza desde dentro. Una buena relación contigo misma es el inicio de cualquier vínculo sano. Cuando esto falla, aparecen los celos, las inseguridades, los reproches… y puede deteriorarse una relación que no era mala, pero que no supimos sostener.
Los celos son humanos, sí, pero muchas veces nacen de nuestras propias inseguridades. Sentimos que el otro puede volcar su afecto fuera y lo vivimos como una amenaza. Es importante detectar que esto nace en nuestra mente, no en el comportamiento real del otro. Nadie debería controlar a su pareja para sentirse en paz. Hablemos de lo que duele, de lo que incomoda, pongamos acuerdos claros. Porque si una relación está bien cuidada, si hay amor, atención y trabajo mutuo, no hay espacio para terceros.
Las relaciones necesitan riego diario.
Son un espacio íntimo que se cuida, que se honra. La confianza se construye con tiempo y coherencia, pero se puede romper en segundos. Y reconstruirla después cuesta mucho más.
Y luego está la pasión, una de las piedras angulares. No es un extra. Es necesaria. El deseo también sostiene el amor. Hoy la mujer, con toda razón, reclama su derecho a sentir, a desear, a mantener su sexualidad viva. No descuides la intimidad en tu pareja, no dejes que se enfríe el vínculo erótico. Erotiza tu mente, mantén vivo el juego, cuida esa conexión. Sentirse deseada y expresar el deseo son parte del lenguaje del amor.
Una relación es como un cheque en blanco que se llena de valor con el trabajo diario. Cuantas más cosas en común, más sólido es el vínculo. Los polos opuestos pueden atraerse al principio, pero a largo plazo, si no hay afinidades profundas, terminan por alejarse.
Una relación de pareja no es garantía de felicidad, ni debe ser el centro de nuestra existencia, pero sí puede ser un lugar seguro, un refugio, un espacio de crecimiento. Un lugar donde no haga falta fingir, donde podamos ser nosotros mismos y aun así sentirnos amados.
Y si no suma, si no sostiene, si te apaga… también está bien elegir marcharse. Amar no es retener. Amar es elegir y dejarse elegir cada día, con libertad y conciencia.
Porque al final, lo que más importa no es tener pareja, sino tener paz.
Y si se puede tener ambas, mejor.
Pero si hay que elegir, que sea siempre la paz.
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